Con este eslogan presenta Vins i paraules, palabras y vinos su taller enosensorial. Detrás de esta frase que suena a tópico publicitario resulta que se esconde una verdad incuestionable.

Las investigaciones científicas a medida que avanzan en el estudio del olfato ponen de manifiesto la gran capacidad olfativa de los humanos. Cuando pensábamos que este sentido ahora, en el siglo XXI, lo habíamos aletargado porque “ya no lo necesitamos”, los científicos nos dicen que somos capaces de percibir millones de moléculas odoríferas diferentes.

La imagen es la reina que señorea en nuestras vidas. Todos los aspectos de nuestra cultura occidental son visuales o no son. Son las imágenes, y no digamos los vídeos –es decir, un montón de imágenes seguidas- las que captan toda nuestra atención, consiguiendo apartarnos de cualquier otra actividad.

La buena noticia es que hay vida más allá de la imagen, aunque no seamos conscientes de ello. Muchas de nuestras reacciones se deben a los estímulos que nos llegan al cerebro enviados por nuestras células olfativas. Así, podemos aceptar a una persona o podemos encontrarnos en un lugar extraño como en nuestra propia casa, sólo porque los aromas que emanan nos recuerdan y nos retrotraen a situaciones familiares que, por tanto, nos relajan y nos dan seguridad.

Volviendo al título del post, en una copa de vino, si nos detenemos a descubrir sus aromas, podemos rememorar situaciones, personas, lugares…que tal vez no nos acordábamos, pero que casi se nos materializan de repente.

Miremos, toquemos, saboreemos, oigamos pero también olamos; demos una oportunidad a nuestro olfato, un aliado fiel y buen compañero al que tenemos un tanto descuidado.